Bien, aquí me tenéis...guapo, ¿verdad?. Dispuesto a seguir la tradición de la familia: Viernes Santo por la mañana (¡a las siete!) congelándome los pies y destrozándome el hombro... y disfrutando de la luz primaveral y de lo olores de esta ciudad a la que amo y, especialmente, de los niños.
Recuerdo cuando mi padre me llevaba todos los años a ver salir la procesión. Las manitas metidas en el abrigo, siempre de noche y la puerta de la Iglesia de Jesús vacía (igual que ahora, que no cabe un alma en todo el recorrido de la procesión). Procuraba verlas casi todas pero esta era mi favorita. Se puede decir que soy morao de cuna (nací en casa de mis abuelos, en la calle Santa Teresa), pero lo soy mas por la admiración que siempre sentí por mi padre. La vivía tanto que hasta un mocoso como yo lo notaba. El extraño sonido de los tambores, las bocinas de burla, esos pasos de belleza singular, únicos, perfectos: La Cena, La Oración, El Prendimiento (mi Beso, ¡hay, mi Beso!), Los Azotes, La Verónica, La Caída (¡que mirada la de La Caída!), ese Nazareno de mirada triste, El San Juan (¡dejadlo, que anda solo!) y mi Dolorosa huertana y madre, desgarrada...
Creo que hablo con pasión, no lo puedo remediar. Se que muy poca gente, casi nadie, es capaz de comprender esto, este sentimiento. Nunca he sido especialmente creyente, pero esto es otra cosa. Esto es nuestro, del pueblo y se lleva o no se lleva en la sangre... y yo lo llevo. Y sé que llevo a mi padre a mi lado, que ese día pide permiso allá donde esté para ver salir los Salzillos de Jesús y esperar a que pasen sus hijos
- "Ni para eso os ponéis de acuerdo. Uno en El Beso y el otro en La Verónica..."
Y este año una tristeza mas. Maruja no estará como todos los años al entrar a la calle San Antolín. El maldito cancer se la ha llevado. Seguro que al doblar la esquina y notar la ausencia de su risa, de ese "¡guapo!¡qué hermoso eres!" de todos los años... alguna lágrima caerá bajo el capuz.
STEVE