Abanico pensamientos con las hojas de un otoño orgulloso de ser triste,
aclarado con una luz tenue y calurosa, extraña
y mágica, melancólica y divina.
Veo tus huellas esparcidas por mi alma haciendo caminos, veredas de silencio
que me llevaron a tu cintura, fabricando manos
para asirte y que no huyeras,
dialogando con tus sueños de caricias, de sabor
a pan blanco, de dunas infinitas.
Tal vez fuera mentira el primer suspiro, tal vez
me engañé a mi mismo,
pero sin quererlo vinieron otros ciertos, rotundos, arraigados en mi corazón
anhelante de tus besos, de tus formas, de tu risa.
Tu cuerpo me acogió
con la calidez diáfana del rechazo del peligro ingrato de un amor labriego,
quise hundir mis dedos en tu alma, vencerte
por las armas, con poemas
que disparaban fuego que me daba en la boca,
que ardía por tu ausencia.
Y ahora que sin ti no vivo pretendo vivir sin ti, desafiando al cielo que me ofreces,
evitando desengaños que te hieran, palabras que acentúen la distancia
entre tus ojos y mis noches, entre tus manos
y mis besos, entre tu ombligo y el mio.
Me debato entre el todo y la nada, la verdad
y la mentira, la pasión y el olvido.
Rodéame con tus piernas fuertemente. Perdóname la locura de mis días. Así sabré
que todo puede olvidarse aún con la presencia
de las hojas que, muertas, caen.
.
Steve