Amanecía el domingo cuando cogí mi coche para ir a trabajar… El fastidio de del madrugón me hinchaba los párpados. Sólo anhelaba oír la joven voz de Sara ofreciéndome, con una sonrisa de complicidad, un café cargado para poder funcionar.
Al parar el coche la vi. A penas estrenaba los 20 años. Se agarraba a un enorme bolso negro que parecía llevarla a ella. La mirada perdida, sumida en un mundo dónde ni se siente ni se padece, en un mundo de alcohol, cocaína, pastillas y semen, de maquillaje desvanecido. El vestido descompuesto enseñaba su piel en un generoso escote, las medias flojas, arrugadas. Víctima de algún desalmado vampiro nocturno a quien cambió sus encantos de niña por un gramo en el cuarto de baño, abandonándola después… o escapando ella. No se si buscaba su casa o el local de la calle paralela que cierra a medio día. Pero sus piernas no conseguían, pese al esfuerzo, no tropezar. El café reparador tendría que esperar.
- “Estás bien - le dije - ¿Necesitas algo?” – ofrecí…
Me miró sin verme y me apartó como pudo de su camino. Desistí; ella sólo quería irse, como si llevara un navegador en su cerebro que marcara su destino…
Jamás me supo tan amargo un café de domingo, ni tan triste la sonrisa de Sara. Jamás me alegré tanto de no tener una hija.
Al parar el coche la vi. A penas estrenaba los 20 años. Se agarraba a un enorme bolso negro que parecía llevarla a ella. La mirada perdida, sumida en un mundo dónde ni se siente ni se padece, en un mundo de alcohol, cocaína, pastillas y semen, de maquillaje desvanecido. El vestido descompuesto enseñaba su piel en un generoso escote, las medias flojas, arrugadas. Víctima de algún desalmado vampiro nocturno a quien cambió sus encantos de niña por un gramo en el cuarto de baño, abandonándola después… o escapando ella. No se si buscaba su casa o el local de la calle paralela que cierra a medio día. Pero sus piernas no conseguían, pese al esfuerzo, no tropezar. El café reparador tendría que esperar.
- “Estás bien - le dije - ¿Necesitas algo?” – ofrecí…
Me miró sin verme y me apartó como pudo de su camino. Desistí; ella sólo quería irse, como si llevara un navegador en su cerebro que marcara su destino…
Jamás me supo tan amargo un café de domingo, ni tan triste la sonrisa de Sara. Jamás me alegré tanto de no tener una hija.
4 comentarios:
Pues yo sí tengo una hija y se me ha quedado el corazón encogido con tu relato.
Menos mal que aún me quedan unos años de tranquilidad.
Besos
Son tantas las razones que podrian llevar a un joven a ese mundo, que quizás nuestros análisis "maduros" puedan quedarse cortos...Ojalá y se "les aguara el guarapo" a quienes puden hacer algo par aqu eesta situación mejore...
Besos, feliz semana
Mi hija estrenará el sabado que viene 20 años y este relato me ha puesto los pelos de punta.
Espero que jamas tenga que verla entrar en casa de esa manera.
Como dice el refran "hijos criaos duelos doblaos"
Que pena.
Un beso de Lola
Steve,
Espero que tengas una linda navidad, junto a tus seres queridos, dando y recibiendo los sentimientos más bonitos que salgan de tu corazón.
Muchos besos, Feliz Navidad!!!
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