Me encontraba trabajando. De esos días en que, a pesar de que una mariposa revoloteaba por mi cerebro, me sentía feliz sin saber por qué... o sin poder explicarlo. La tarde era preciosa y cálida. Yo paseaba por la acera de un lado a otro, paseando mi hastío y mi uniforme, como un desfile corto arriba y abajo, arriba y abajo. Saludaba a uno de la metadona cuando sentí un tirón en el pantalón. Miré hacia abajo y allí estaba, con su manecita buscando la mía, sus grandes ojos mirándome y desafiando al mundo entero con su negro pelo encrespado. La falda del uniforme caída, los calcetines bajos, el índice izquierdo en la boca y la mano derecha en la mía.
-Hola-me dijo-soy Lucía Navarro y me he perdido.
Tan serio me lo dijo que casi me carcajeo mirando esa expresión tan de adulto si el tema no hubiera sido tan serio. Una niña perdida. Su madre, seguro, loca buscándola, sin consuelo.
Le dije:-Ven conmigo. Vamos a buscar a tu mamá.
Y obediente entró conmigo en el edificio, haciéndose rápidamente la dueña de la situación, provocando que, de no se sabe dónde, aparecieran por arte de magia galletas, caramelos, bombones y una coca cola que pidió caprichosa. Mientras yo me comunicaba con la Policía Local denunciando el caso. Ya tenían conocimiento de la niña perdida. Su madre estaba por la zona como loca buscándola y había dejado un número de móvil. Ellos la avisaban y se personarían en mi servicio.
No pasaron 15 minutos cuando entró la madre llorando. Desconsolada se la comía a besos, la apretaba tanto que tenía que dolerle a la chiquilla. Nos miraba a todos con una cara de agradecimiento y de alivio que ponían los pelos de punta.
-Se ven unos casos últimamente con los niños... - dijo recuperando el resuello.
Todos nosotros ya estábamos tristes pensando que Lucía desaparecería pronto de nuestras vidas. Por treinta minutos había sido la reina de la oficina y ya suspirábamos echándola de menos antes de que se fuera.De pronto se acercó a mi, me volvió a coger la mano y dijo con esa voz de pito:
-Vámonos, mamá- y tiraba de mi hacia la calle. Fue la risa general de todos la ocurrencia de la cría. Pero yo la miré a los ojos y comprendí que ella había intuido, como sólo un niño puede intuir, que yo parecía alguien de fiar. Yo pensé en irme con ella... con tres años me había cautivado.
STEVE
2 comentarios:
No hay nada más tierno y encantador que esas pequeñajas. ¿Quién puede resistirse al encanto de su inocencia? :)
Besos
Qué linda niñita y qué lindo cuentito...
Paula
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