Raúl se levanto media hora antes de la media noche. En la residencia reinaba la oscuridad y el silencio, tan sólo roto por la lejana voz de la televisión que el enfermero de noche miraba ajeno en su mostrador del pasillo de la cuarta planta. Tras cinco años en la residencia conocía perfectamente la manera de salir a la calle sin ser visto. Se sentía como un jovenzuelo universitario escapando de su colegio mayor para irse de juerga. pero sus setenta y dos años le hacían ir bastante mas lento de lo que lo hubiera hecho a los veinte.
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Tras rebasar el amplio jardín se encontró libre en la acera, feliz como si escapara de una cárcel. El frescor de la noche y la luna llena le saludaron. Respiró hondo varias veces y comenzó a buscar el camino del bosque, dónde en su centro se escondía el claro de la laguna que, según su último compañero de habitación, escondía el secreto que ansiaba encontrar.
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Ismael Goméz era un hombre pequeño y estrecho que arrastraba sus piernas esclerósicas por la residencia, lo que le había empujado a valerse de una silla de ruedas para poder desplazarse. Esto le impedía, decía, escapar al claro del bosque dónde, siempre según él, se encontraba el secreto de la eterna juventud. Ante la imposibilidad de llegar allí en silla de ruedas, contó a Raúl todo lo que sabía sobre el secreto de la laguna. Tanto le hablo y durante tanto tiempo que al fin hizo del relato su sueño. Su obsesión. Pero Ismael había fallecido la pasada semana sin que ni él ni Raúl alcanzaran el sueño de ir a la laguna del claro del bosque una noche de luna llena. Ahora sentía prisa en el alma por ir. No quería que la muerte le sorprendiera antes de alcanzar su sueño. Por eso esa noche sus piernas de setenta y dos años caminaban más ágiles que nunca.
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Pasaban dos minutos de las doce de la noche y ya había llegado. Esperó escondido siguiendo las indicaciones de Ismael. La noche se hacía a cada minuto mas fría y húmeda mientras esperaba. El bosque se llenó de ruidos y los vio aparecer sigilosos. Siete unicornios blancos como la nieve, acudían a la laguna a beber. Las fantasías de Ismael era reales y ellos eran la prueba.
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Raúl, boquiabierto ante la presencia de los animales, quedó inmóvil. No quería hacer ni un sólo ruido para no delatarse y que huyeran. De pronto el más majestuoso miró hacia dónde se encontraba escondido y comenzó a caminar hacia él.
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- ¡Raúl Soto! ¡Sal de tu escondite! - dijo el unicornio - Estamos aquí por ti.
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Sus ojos no daban crédito. El animal hablaba y lo llamaba por su nombre. lentamente salió de su escondite asustado pero decidido. Estaba ahí por un sueño y no se iba a amedrentar ahora.
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- Sube a mi grupa y vamos. Es tiempo de partir.
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Decidido, Raúl subió al caballo con una agilidad que le resultó nueva. Se miró a si mismo sobre el unicornio reflejado en la laguna. Tenía de nuevo veinte años. Era de nuevo joven, sano, ágil. La manada comenzó a moverse al galope. Se asió fuerte a las crines del animal que montaba para no caerse. El galope cada vez se hacía más y más rápido. La velocidad con que se movían hizo a Raúl sentir que su estómago se movía entre el vértigo y el mareo. No veía el camino; no veía el bosque; no veía nada.
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La noche fue desapareciendo a su alrededor, poco a poco, dando paso a una claridad extrañamente bella, magnífica. Cuando los animales detuvieron su carrera descubrió que se encontraba en un verde prado exuberante de naturaleza, de vida.
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- Baja Raúl - le dijo el bello unicornio - Hemos llegado al final del viaje.
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Mientras bajaba descubrió la presencia de otras personas que se le acercaban sonriendo. Todos, a diferencia de la residencia que había dejado atrás, eran insultantemente jóvenes. Comenzó a reconocer algunos rostros. Entre ellos a un rejuvenecido Ismael Gómez que corria a su encuentro con piernas nuevas.
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- ¡Mamá! ¡Papá!... ¡Andrea, mi amor, como te he echado de menos! ¿Y Raulito? ¿También está con vosotros? - Y lloró emocionado al ver al hijo que un accidente de tráfico truncó su futuro con diecinueve años tan sólo.
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- Marcos, cuando puedas haces la cama de la 405 y limpiáis la habitación - dijo la enfermera al auxiliar - El señor Raúl Soto ha muerto esta noche.
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- ¡Pues vaya habitación! Dos en una semana...
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STEVE
6 comentarios:
bella historia ....atraoante ...es mas me imagine a los uncornios pero que bien relatado steve......./(ya me imaginaba que el hombre se estaba acercando a a la muerte..)
puntaje ---10----------
ahora.....sere tetrica o el final medio de humor negro me parece no?
"- ¡Pues vaya habitación! Dos en una semana..."
esta frase ....la del final fue le baldaso de agua me parece....
pero me gusto y mucho.....
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ahora ...me voy un rato y te dejo besines muchos besines....
SAUVIGNONA....
:)
Stve,un relato que me dejo con los pelos de punta.Por un lado a medida que iba leyendo el relato;pensé que era una metáfora sobre la vida y us días grises ,de nuestras cosntante búsqueda de ese arcoiris que nos brinde sus mil colores y sus matices.Y luego el remate,plop,era el camino hacia dónde yo al menos doy un paso adelante y cincomil para átras.....Uffff
La fase final ,coloca aún más lo pelos de punta...
UN abrazo
Cuidate
Mariella
Bueno mis pelos de punta...pero buenísimo escritor
Gustarme me ha gustado... sólo creo que le ha quedado un poco largo (aunque a mi se me hizo corto). Si vemos tanta letra nos da pereza leerlo. Asi somos y así se lo cuento, Don Steve.
Esta intelectualidad....
Wow...impactante, lo he visionado en mi mente como un cortometraje...y el Señor Raúl tenía la cara de Manuel Alexandre...
Un besote
Yo quiero que, cuando llegue mi hora, irme a lomos de un unicornio blanco como la luna...
Besos
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