Nadie quería vigilar aquel viejo hospital de tuberculosos abandonado ni pagando mas la hora. Todos los Vigilantes que habían realizado ese servicio habían dimitido, asustados, a la mañana siguiente. Eso y el aspecto de las instalaciones vacías habían creado sobre aquel hospital una leyenda de fantasmas, con portazos, sombras moviéndose, gritos en la noche y todo el ceremonial propio de las leyendas urbanas sobre edificios viejos y abandonados.
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La empresa dueña de la finca no quería tenerlo sin vigilancia, pues el miedo a que fuera ocupado por gentes sin hogar era un riesgo que no podían permitirse si querían especular con el valor del edificio. Pero era difícil encontrar una persona que no tuviera miedo. Hasta que dieron con Víctor. Un hombre de 35 años alto y fuerte que parecía no asustarse fácilmente. Desde que llegó allí a finales de septiembre acompañado de un pastor alemán de fuertes mandíbulas, la cosa iba sobre ruedas. Todas las noches sin excepción, desde las ocho de la tarde hasta las ocho de la mañana, hombre y animal vigilaban el viejo edificio, recorriendo pasillos, habitaciones, quirófanos...
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Parecían encontrarse a sus anchas con el trabajo, hasta que la víspera de Todos los Santos ocurrió lo que tenía que ocurrir. A Víctor se le ocurrió organizar una fiesta de Halloween en el viejo hospital. Que mejor lugar para una fiesta de este tipo. Habló con sus amigos y les pareció una idea fantástica. Decoraron el edificio con calabazas huecas, velas encendidas, máscaras horripilantes y, disfrazándose, se dedicaron a disfrutar de una ruidosa y divertida fiesta por todo lo alto. Bailaron, bebieron, rieron y se burlaron de la muerte.
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A la noche siguiente, nada más llegar al hospital, Víctor fue convocado por el consejo de fantasmas del edificio. Había roto el pacto que tenían con él. La fiesta de Halloween constituía la prueba de ello. Los fantasmas acordaron que la fiesta había menoscabado la fama de fantasmagórico de el hospital de tuberculosos abandonado, afectando seriamente a la reputación del edificio y, por consiguiente, a los fantasmas que lo habitaban. Tenían que hacer algo para devolver el prestigio al lugar.
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Al día siguiente encontraron a Víctor tumbado en el suelo, con convulsiones, y la razón perdida. El perro, a sus pies, aullaba de forma lastimera. Al pobre vigilante hubo que internarlo en un psiquiátrico . Otra vez el hospital tubo problemas para encontrar vigilante. Lo ocurrido con Víctor el día de Todos los Santos asustaba a las personas que optaban al puesto. Nadie quería pasar la noche en el viejo edificio abandonado.
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Y la fama del viejo hospital de tuberculosos abandonado, creció de boca en boca.
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STEVE
6 comentarios:
ahaaaaaaaaaaa los fantasmas se salieron con la suya...
pero yo me pregunto.... en la fiesta no habia exeso de invitados?
digo los fanstamas pasarian desapercibidos y los moustritos tambien....jajajja
muy lindo el cuento.....me encanto....
lo unico que para la fiesta se olvidaron de pedirme la foto donde tengo cara de calabaza para adornar el salon!
besines amigo steve....
y como que ya a estas alturas no puedes saltar los charcos?
que es eso de andar diciendo esas cosas?
no no no no ah asaltar todos los charchos.... que no quede uno sano
besines!!!!!!!!!!!
Que buen relato!!!!....Y seguira creciendo la fama...jejejej ...hay tantas bocas cómo fantasmas en al tierra jejej..
UN abrazo...cuidate y tu gatito también....;)
Mariella
Si es que los fantasmas tienen muy mala leche... :D
Me ha encantado el relato.
Besos
q miedo, no?...
Te propuse para un meme en mi blog.. jiji
MUACK!
Por eso es que los pactos nunca se pueden romper... Con quien sea que los tengamos... Es cuestión de fidelidad y confianza... Saludos!
Pero es que el Victor hablaba con los muertos y subestimó aquello de lo que son capaces... un saludo y un beso enorme!!!
Muy buen cuento!!! ;)
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