DESPEDIDA

Al abrir la puerta con mi llave me sobrevino toda una bocanada de nostalgia de sus besos, de su risa. Fui a esa hora por que sabía que ella no estaba en casa y así sería menos dolorosa la despedida. Comencé despacio a recoger las cosas que reconocí como sólo mías: Esa mirada que le lancé una vez mientras se desnudaba; mis caricias una a una; el sentimiento de soledad que tenía cuando ella marchaba; mi sentido del humor; mi culpa; mis poemas... Comenzó a resbalar, rebelde, una lágrima inquieta, espesa, caliente. Era consciente de que mi viaje a ninguna parte sería largo y penoso; y solitario. El ruido de la cerradura, de la puerta, me devolvió a la realidad que maldecía. Lo dejé todo y corrí a esconderme en un armario, como un niño pillado cogiendo pastel en la cocina.

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A través de la entreabierta puerta la vi parada en el centro de la habitación, pensando. De una bolsa sacó un pijama nuevo y lo puso bajo la almohada. De otra un cepillo de dientes azul y un frasco de perfume masculino. Miró impaciente el reloj y se marchó a la calle.

Salí rápido de mi escondite. Eché un último vistazo a la habitación dónde una vez creí ser feliz y me marché cabizbajo por la escalera, sin usar el ascensor. Seguro aún estaría impregnado del olor de su olvido.

Steve